martes, 29 de julio de 2014

Cambiando los cuentos (relato) Dedicado a Doña Maruja, mi primera maestra


 
A doña Maruja –

Cambiando los cuentos


Dedicado a Doña Maruja, mi primera maestra

Mi primera maestra llegó de la Serranía de Cuenca a las secas tierras de Don Quijote posiblemente antes de nacer yo.  Entonces era una maestra muy joven que intentaba aparentar seriedad y severidad, que no siempre tenía, para lidiar con aquellos críos de rodilleras rotas, acostumbrados a pisar los charcos, tirarse piedras o escalar a los tejados para coger nidos de gorriones. 

A través de ella conocimos los primeros cuentos de los hermanos Grimm, muy diferentes a los manchegos que nos contaban nuestros padres, siempre como todo lo castellano con moraleja. Los cuentos de los hermanos Grimm, en realidad eran cuentos de terror, que posiblemente conseguían su objetivo, por muy brutos y rústicos que fuésemos los chiquillos manchegos del medio rural, que utilizábamos tirachinas, tiradores o gomeros como juguete preferido, que siempre llevábamos las rodillas, no podíamos menos que sentir terror ante lobos que se comían abuelitas o brujas que engordaban niños para después comérselos, por no hablar de la Bella durmiente o Pulgarcito.

Doña Maruja intentó enseñarme los números; pero se me escaparon volando detrás de los sueños y los cuentos, que mi desequilibrada mente infantil.  Sus cuentos y los números, sumas, restas y divisiones, terminaban encontrándose en algún lugar de mi imaginación.  Tal vez en el infinito, donde algunos dicen que se encuentran las líneas paralelas, no por culpa suya, sino por mí incapacidad para centrarme en algo concreto que no tuviese algo de fantasía, y los números no tienen ninguna.  Quienes pasamos por sus manos, en aquellos tiempos de blanco y negro, vimos la televisión en colores antes de que se inventase. 

La mayoría de los cuentos, como ya he dicho, pero me repito más que el «atascaburras», son auténticos relatos de terror: Caperucita, Pulgarcito, Hansen y Gretel. A pesar de todo nos encantaban, aunque debo reconocer, que en cierta ocasión hubo un cuento que me quito el sueño, tal vez por coincidir en el tiempo con una cruel realidad, la muerte temprana de mi padre.  Creo que fue el de Hansen y Gretel.

Pensando en esos cuentos se me ha ocurrido esta «tontuna» o fantasía:
Después de los preceptivos buenos días, y los rezos matinales, doña Maruja promete que, si nos portamos bien, antes de marcharnos a casa nos contará un cuento, toca el de Caperucita roja y el lobo feroz. Comienza la clase con lo que más se atraganta, las matemáticas, que entonces les llamábamos «las cuentas o las cuatro reglas.»

Doña Maruja escribe en la pizarra:

—Dos más dos suman cuatro…

Paco dibuja en el cuaderno, sin mirar a la pizarra un elefante volando, abstraído en sus garabatos.  Doña Maruja que, aunque está explicando mirando la pizarra, como todos los maestros ve lo que pasa a sus espaldas por el cogote.
—Prestar atención. Que luego pregunto.

De las matemáticas pasa a la lengua castellana, esto gusta más, porque siempre al lado de la ortografía hay un pequeño cuento divertido.
—Delante de be, va eme.

Pero yo sigo ensimismado dibujando en mi cuaderno.  Intento buscar la solución, de sin matar al lobo liberar a Caperucita y a la abuelita. Resulta muy triste que un pobre animal que solo quería comer, acabe en un pozo con la barriga llena de piedras; pero claro tampoco es cuestión de que se coma a la pobre abuelita y a Caperucita…

Doña Maruja, pasa de materia en materia, con cosas básicas, como corresponde a nuestra corta edad.  Vaya por Dios, ahora toca geometría, menuda tontería, si todos los caminos al final, con cuatro mojones se separan las lindes, y para hacer los caminos y carreteras se suelta un borrico con las aguaderas rotas, llenas de yeso, para que vaya marcando el camino, y después los peones camineros y se encargan de la cuestión.

—Dos líneas paralelas nunca se juntan, ni se juntan ni se separan…

—Doña Maruja, si son de Pinarejo y van a Cuenca, nunca se juntan… ¿Ni siquiera al llegar a Cuenca?

—Ni siquiera al llegar a Cuenca,

 si son paralelas ni siquiera en el infinito…

Levanto un momento la vista de mi cuaderno y pienso:

—Si van al mismo sitio…qué tontería hacer el mismo camino sin juntarse y seguro que sin hablar, pues vaya aburrimiento.

Doña Maruja continúa explicando su teoría sobre las paralelas, yo sigo con mi elefante volador, después de hallar la solución para el conflicto entre Caperucita, el lobo y su abuelita.  Doña Maruja que me ve tan concentrado en mi dibujo se acerca y da con la regla en el pupitre, de un salto me pongo de pie.

—¿Paco estás atendiendo?

—Sí, doña Maruja…

—Enséñame la libreta… ¿Qué es este elefante?

—Muy fácil doña Maruja: Las dos patas de delante y las dos de detrás, suman cuatro…, como usted ha dicho, dos y dos son cuatro…

— ¿Y este lobo y esta niña?

—Caperucita, el lobo se van a Cuenca por las dos paralelas y se juntan y tienen dos lobitos, que suman cuatro con ellos dos.

— Los lobos y las personas no pueden casarse.

—En mi cuento sí, se casan buscando amparo para impedir que el campesino le llene la barriga al pobre lobo de piedras y lo tire al pozo…

—Pero quien abre la barriga del lobo es un leñador y no un campesino, y repito las personas no pueden casarse con los lobos…

—Ni tampoco hablar los lobos con las personas, en mi cuento y en mi dibujo se casan, que para eso es mi libreta… y en mi cuento es un campesino y un leñador porque delante de la pe va siempre la eme y mi padre es las dos cosas, como muy bien sabe usted.

—¿Y la abuelita?

 —Muy sencillo, como se hacen novios el lobo y Caperucita, se casan y se acuestan en la cama de la abuelita, la pobre se queda sin cama y al llegar y verlos acostados, haciendo lobitos, aprovecha que pasa por allí un elefante viajero y se escapa volando a ver las pirámides de Egipto…

— Los elefantes no vuelan, vaya tontería….

—Tontería lo de las paralelas, que van de Pinarejo a Cuenca juntas y ni se hablan.

Y aquí termina esta tontuna, que como tal, nada tiene que ver con las sesudas cavilaciones matemáticas y se escapa a toda la razón. Hoy en lugar de pensar he querido divagar tontunas, porque la suma no siempre sale, y cuando no sale las cuentas es preciso echar imaginación a la cazuela. "atascaburras".



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