sábado, 26 de marzo de 2016

El botijo roto (Adaptación y original)



Bebiendo en Botijo en la plaza de Enguidanos(Fuente Biblioteca
Digital de Castilla-La Mancha
Era frecuente, no obstante los botijeros que con su burro repartían los botijos conquenses por toda España, y también quienes como vendedores ambulantes iban de mercado en mercado por los pueblos ofreciendo uno de los dos mejores inventos españoles, junto con la fregona. No es de extrañar que teniendo tanta fama los botijos de la capital conquense, muchos prefiriesen comprarlo o encargarlo a quien viajaba a Cuenca, en vez a los vendedores ambulantes de “vedreado” o botijos, cuentan que hasta el mismo Picasso fue a Cuenca a comprar su botijo.
Botijos de Cuenca

EL BOTIJO ROTO(Adaptación y original[1]

Cuento incluido en el libro Esperando la lluvia-cuentos al calor de la lumbre
 


Julián tenía que ir a Cuenca a gestionar los papeles sobre una viña que le habían quitado con la concentración parcelaria. Se quejaba amargamente de que, teniendo un buen «majuelo», le habían entregado un pedregal que no servía ni para sembrar guijas, porque los guijarros sobraban. Como, a pesar de la dictadura y de que su majuelo fue a parar a manos de un cacique,  no se callaba ni tenía miedo ante lo que él consideraba una gran injusticia, se lo hizo saber a todo el mundo.

 

—Lo del majuelo ha sido un robo. No dicen que aleguemos, pues eso, aleguemos, pero no litiguemos, que abogado y doctor, cuanto más lejos, mejor —se quejaba Julián.

 

El pobre Julián tenía mucha razón y pocas posibilidades de que le escucharan, pues en la concentración parcelaria, sin excepción, los caciques locales habían maniobrado para que las mejores tierras fueran para ellos o sus afines. No obstante, Julián estaba convencido y seguro de que, con la verdad y la justicia, podía ir a todos lados y que estaba dentro de plazo para reclamar.

 

Jacinto, jornalero del cacique al que le había correspondido la viña de Julián en el reparto, vecino suyo, que se reía de su pretensión, le dijo:

 

—Todo quedará en agua de borrajas. Lo único que vas a sacar en claro de tu viaje a Cuenca va a ser la cabeza caliente y la panza vacía. Nadie puede nadar aguas arriba, salvo los salmones, y ahí están los osos que se los comen antes de llegar —intentaba quitarle la idea por orden de su amo.

 

—Me han robado el majuelo y me lo han de devolver. Que los ricos siempre llevan el agua a su molino y se quedan con la harina y nosotros sin el pan. Y eso no está bien —replicaba subiendo el tono Julián.

 

—Tú pretendes sacar agua de las piedras —replicaba a su vez Jacinto.

 

—Yo no soy como tú, no bailo el agua al amo —muy digno acusaba Julián.

 

—No digas de esta agua no beberé —respondía Jacinto.

 

—El que tiene sed busca agua. Y yo busqué el vino que no podré beber —argumentaba Julián, recordando el vino que bebía de la uva que pisaba y no volvería a pisar.

 

—Se me hace la boca agua de pensar en tu vino, que yo tampoco habré de beber, pero sí pisar. El desgraciado va a por agua al río y encuentra el cauce vacío —casi se venía a razones Jacinto, que muchos almuerzos había compartido bebiendo el buen vino de Julián y que, a pesar de sus diferencias, se consideraban amigos.

 

Entre dichos y diretes, de tanto hablar de agua, Jacinto recordó que necesitaba un botijo.

 

—Lo dicho, aprovechando que vas a Cuenca, tráeme un botijo —encargó Jacinto a Julián.

 

—Tranquilo, te lo traigo —aceptó Julián el encargo.

 

Julián cogió el coche viajero[1] y marchó a la capital de la provincia. Tras desayunar churros con chocolate en el mercado de Cuenca, se encaminó a la diputación a hacer su reclamación. Como era de esperar en aquellos tiempos, más que en estos, las autoridades no aceptaron su justa demanda. Regresó a su pequeño pueblo manchego, cabizbajo y olvidándose completamente del botijo que le había encargado su amigo, sabiendo que quienes habían realizado el reparto de la concentración parcelaria eran agua contaminada. Nada más verle, su vecino, amigo y jornalero del cacique fue a su casa, a informarse y a recoger el botijo encargado y de paso mofarse de él.

 

—¿Amigo mío, me has traído el botijo? —preguntó Jacinto.

 

No queriendo decirle a su amigo que se le había olvidado completamente, prefirió mentirle:

 

—¡Ay, Jacinto, amigo mío! Con las prisas por coger el coche viajero, tropecé y se rompió tu botijo...

 

—Pues menos mal que no te lo pagué, me habría quedado sin botijo y sin dinero —dijo con total normalidad Jacinto.

 

—Menos mal que no lo compré. Porque si lo hubiese comprado y se me hubiera roto, habría perdido mi tiempo, el botijo, mi dinero y al amigo.

 


 

 



[1] autobús



Versión original


—Julián, me han dicho que vas pa Cuenca
—Pa Cuenca voy, a hacer un recao.
—Pos traime un botijo, pa que haga el agua fresca.
Julián se olvida del botijo, pero cuando le pregunta Jacinto, no quiere decirle que se ha olvidado y le miente, diciéndole que se le ha roto en el camino, a lo cual responde Jacinto:
—Mia si te lo llego a pagar…
A lo que responde Julián:
—Mia sí lo llego a comprar…









[1]   Este cuento en realidad es mucho más corto, pero he querido utilizar los refranes manchegos sobre el agua y a la vez hacer un homenaje a los botijeros conquenses, que tanta fama dieron en su tiempo a Cuenca.  
[2] Autobús.


©El botijo roto (Paco Arenas)

Cuento incluido en el libro: 





[1] Este cuento en realidad es mucho más corto, pero he querido utilizar los refranes manchegos sobre el agua y a la vez hacer un homenaje a los botijeros conquenses, que tanta fama dieron en su tiempo a Cuenca.  
[2] El autobús.

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