domingo, 17 de julio de 2016

Los dolores de parto del rey (Cuento tradicional manchego)


 
Cuadro de  Blair Leighon Tristán e Isolda  Tris
Recuerdo que es uno de esos cuentos que creo recordar que me contó un anciano de Pinarejo, sin que sepa precisar cuál en concreto entre una horquilla de tres.  Hace tantos años que apenas recuerdo el relato. Lo he buscado inútilmente por internet, por si alguien hubiese escrito este cuento tradicional castellano o fuese invención de quien me lo contó. Por mucho que he preguntado, nadie lo conoce, así que en mi empeño de recuperar la tradición oral manchega, me pongo manos a la obra.

Había una vez un rey que tenía muchas amantes, que terminaban como novicias en los conventos, curiosamente no tuvo hijos bastardos con ninguna de ella, por lo que pasaron de novicias a hermanas, pero nunca llegaron a madres. Bien hubiese reconocido a cualquier bastardo como heredero, pues, se casó tres veces, y de las tres reinas enviudo después de que ninguna lograse llevar a buen fin su embarazo dándole su ansiado heredero. Las malas lenguas de palacio dicen que ninguna de ellas murió de muerte natural, sino que fueron envenenadas, por extraño que parezca solía ser algo bastante más habitual de lo que parezca, pues la principal misión de las reinas era parir un heredero, y jamás se ponía en duda la virilidad o la esterilidad del rey, porque lo eran "por la gracia de Dios".  Para el fornicio los reyes tenían las cortesanas, de ahí que a las prostitutas se les llame cortesanas. Por regla general los reyes dormían en una alcoba que se encontraba en el ala opuesta del palacio al de la reina.


 Como es bien sabido, entre los reyes y alta nobleza eran muy comunes las uniones endogámicas[1], incluso consanguíneas.   Cierto día —apenas pasado los siete de luto oficial por su tercera esposa —vio a una chiquilla jugando en el jardín de palacio. Sin duda debía ser hija de algún noble, pues sus vestimentas así lo atestiguaban.  Preguntó a su copero,[2] pues el rey no solo era putero, sino también borracho, y siempre tenía el copero a su lado. Pero no conocía a la chiquilla, como es lógico y natural, ya que siempre estaba con el monarca. Preguntó entonces a su catador[3], pero este tampoco sabía nada, pues siempre estaba con el rey.

—Quien debe saberlo es el aposentador[4] de palacio —le dijo el bufón de la Corte, que se hacía el tonto, pero no se chupaba el dedo.

—Hacer llamar al aposentador real —ordenó el rey.

Rápido llegó el aposentador real ajustándose la calzas, ya que de tanto aposentar se había aposentado con una de las doncellas que recientemente habían dejado de serlo gracias a su majestad, y que del mismo modo que el copero probaba el vino y el catador la comida, el aposentador probaba las doncellas que servía al rey, por si tenían purgaciones.

—Majestad, es vuestra ahijada y sobrina, doña Jimena es hija de vuestro hermano, el príncipe pretendiente al trono en caso de que se produjese vuestra muerte, Dios no lo quiera. Sería incesto en segundo grado, necesitaríais una dispensa de su eminencia —le dijo el aposentador tras escuchar las pretensiones del monarca.

El rey se quedó pensativo, conocía las intrigas de su hermano para intentar destronarle y ocupar su lugar. Por esa razón siempre lo tenía alejado batallando en tierra de moros, lo cual no dejaba de tener su riesgo, pues el príncipe tenía fama de muy valeroso batallador; aunque muy poco leal, siendo muchos quienes le apoyasen en caso de intentar ocupar el trono. 

—Sí yo me casó con mi sobrina, ella se convertirá en reina y mi hermano aceptará mi decisión, pues así su heredera llegará a ocupar el lugar que él desea.  Avisad al capellán[5] mayor para que prepare los documentos para llevar a cabo el matrimonio en tres días.

—Majestad eso es imposible —dijo el capellán mayor —debe haber una dispensa papal. Lo que sí puedo hacer es dictar una provisional para que luego sea ratificada por Su Santidad como Acts regum[6].

Sin esperar dispensa papal, ni la llegada de su hermano de la batalla, se preparó la boda por todo lo alto, con la que sería su cuarta esposa. A la sazón, la madre de la futura esposa era hermana de la primera de las esposas del rey, y sospechaba que al igual que las otras dos siguientes su hermana había sido envenenada por no dar un heredero al rey, algo que por otra parte era muy común, siempre la reina tenía la culpa y era deber del rey dar un heredero a la Corona, aunque ello conllevase el sacrificio de la reina. Viendo el peligro que corría su pobre hija, todavía una chiquilla, fue al bosque en busca de una bruja perseguida por la Inquisición y que gracias a sus hechizos había logrado escapar de la pira.

—Darme buenas ropas, que yo haré el hechizo para que vuestra hija se quedé embarazada.

—Yo os daré las mejores —contestó la protectora madre.

La bruja disfrazada de princesa asistió a la boda y con todo cuidado echó un brebaje en la copa del rey y otro en la de la futura reina.  Nadie le vio hacerlo, pero el capellán mayor la reconoció y así se lo hizo saber al rey.

—Prenderla inmediatamente y quemarla en la hoguera.

De inmediato los soldados del rey prendieron a la bruja, que segura de que su hechizo funcionaria lanzó una maldición:

—Vuestra esposa quedará preñada y parirá con grandes dolores de muerte, yo os maldigo para que los mismos dolores que tenga la madre, los tenga el padre. No obstante la criatura y la madre vivirán, vos moriréis antes de que el hijo que ella para sea mayor de edad.

Y sí, la nueva reina se quedó embarazada, y llegó el día del parto. Todo se dispuso para el acontecimiento, la reina en su alcoba y el rey en la suya. Sacerdotes, capellanes y comadronas acompañando a la parturienta y al rey; sin embargo, el rey no sentía ningún síntoma y se reía de la maldición de la bruja, cuando de repente palideció. Todos pendientes de él, pensaron que comenzaban con retraso los dolores de parto; pero no, el rey palideció porque el joven y apuesto copero real, aquel que probaba el vino para que el rey no fuese envenenado, comenzó a convulsionarse y a gritar como si estuviese pariendo…
Y es que claro, la bruja tuvo un falló a la hora de lanzar su maldición al decir:

— Vuestra esposa quedará preñada y parirá con grandes dolores de muerte, yo os maldigo para que los mismos dolores que tenga la madre, los tenga el padre. No obstante la criatura y la madre vivirán, vos moriréis antes de que el hijo que ella para sea mayor de edad. 

Cuando debería haber dicho:

—Vuestra esposa quedará preñada y parirá con grandes dolores de muerte, yo os maldigo para que los mismos dolores que tenga la madre, los tenga el rey. 

Tranquilo, no obstante el rey con su vida pensando que sería el copero quien moriría, pero no fue así, el día antes de cumplir los dieciocho años, el rey murió y la reina se caso con el afortunado copero, con el cual durante el matrimonio, viviendo el rey tuvo siete hijos, pues el rey era estéril.

Y es que en la historia se han dado tantos casos, de reyes que han sido hijos de reinas, pero no de reyes. Hasta el punto que una reina muy casquivana María Luisa de Parma, esposa de Carlos IV y amante de Godoy, entre otros, dijo a su confesor:

—Con la muerte de mi marido se acaba la dinastía Borbón, pues ninguno de mis hijos fue engendrado por él.

©Paco Arenas




[1] Entre familiares consanguíneos.
[2] Copero era un oficial alto rango, cuya tarea era servir las bebidas en la mesa. A causa del temor constante a las conspiraciones e intrigas, era el encargado de proteger la copa del rey ante el riesgo de envenenamientos, por lo que se requería, a veces, probar un poco de vino antes de servirlo.
[3] Criado encargado de probar la comida que se servía a la mesa del rey, antes que éste, al igual que el copero para si había veneno morir él en lugar del rey.
[4] Persona de confianza que se encargaba de repartir las habitaciones entre los habitantes de palacio, normalmente era quien se encargaba de llevarles las amantes al lecho del rey.
[5] El Capellán mayor del rey es sacerdote u obispo que tiene la jurisdicción espiritual y eclesiástica en palacio, en ocasiones también es el confesor del rey.
[6] Actos de reyes.

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