jueves, 10 de noviembre de 2016

Historia de una foto, cazados por el retratista


Era una cálida tarde estival cuando el retratista llegó con su mastodóntica cámara al mirador de la Divina Pastora. Nosotros estábamos jugando ajenos a lo que se nos venía encima. Lo miramos con curiosidad sin sospechar que nos cazaría con su objetivo. No recuerdo quien tomó la decisión, creo que fue Angelina, la tía de mis sobrinas Loli y Ángeles. Lo cierto es que ninguno de los cuatro queríamos salir en la foto. Nos llevaron al patio de la casa de Aurelia y Julián, El Rojo de Soplaeras, suegros de mi hermana Dolores y abuelos de mis sobrinas, a la vez consuegros, camaradas y compañeros de noches de radio, de mis padres.  Cómo recuerdo aquellas noches de radio escuchando a Dolores, ver desde la cama aquellos hombres curtidos, derrotados; pero ni vencidos ni convencidos, soñando alrededor de una radio, que traía voces de esperanza a través de la onda corta del dial.  
Luisa se enfadó, y alguna lagrimilla soltó, Loli, con su pirri, tuvieron que darle una gran rosa artificial, a pesar de estar el patio lleno de rosas y claveles naturales, también lloró, Ángeles, disgustada, y yo que tampoco quería salir, dos fiebres en el labio tenían la culpa, y el retratista:
—No te pongas la mano en el labio. Si ya es difícil retratar a un chiquillo, mucho más a cuatro, que además no paran de moverse.

La foto, el retrato se hizo, para disgusto, entonces de los cuatro, ahora, ¡qué bonitos recuerdos!  

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