jueves, 16 de noviembre de 2017

Los libros fueron mi tabla de salvación ¿qué artilugio salvará a los niños de hoy en día?



Hoy no hablaré de mis libros, que a la edad tardía me han salvado de hundirme al quedar desempleado por culpa de una criminal reforma laboral y de que nuestros gobernantes nos han robado y roban por encima de nuestras posibilidades. Hoy hablaré de aquellos otros libros a los que tanto les debo. Hablaré de cómo los libros salvaron a un niño de la ignorancia, y despertaron ilusión por existir. Un chiquillo, que como tantos otros, fue condenado a cambiar los dientes trabajando, sin posibilidad de estudiar, que soñaba, a pesar de todo, con ser escritor. 


Al salir de la escuela, mis faltas de ortografía emborronaban de rojo las hojas de los cuadernos, solo fui a la escuela hasta los trece años, pero entremedias, estuve un año sin ir, porque no me quisieron dar plaza en las abarrotadas clases de las escuelas nacionales. Más hubiese sido si mi madre no hubiera sobornado al director con un magnífico queso manchego.

Tenía mucho tiempo para leer, pero no tenía dinero para comprar todo lo que necesitaba leer, así que me iba a la librería El Progreso, y allí me leía todas las portadas de los tebeos “comics”, y si las dependientas se despistaban, alguna página interior. Como ya realizaba pequeños trabajos, y mis hermanos y cuñados, me daban de vez en cuando algo, ahorraba las cuarenta pesetas y ocho duros para comprar libros, aproximadamente uno al mes, lo cual provocaba que me los supiese de memoria, de tantas veces como leía el mismo libro.

Necesitaba leer, devorar los libros, pensé hasta robarlos; sin embargo, nunca fui valiente, además de ir contra mi conciencia. Comencé a escribir mis cuentos. Me rebelé contra la pobreza que me impedía comprar todos los libros que necesitaba leer, contra la injusticia que representaba que con trece años tuviese que dejar la escuela para ponerme a trabajar, entre doce y catorce horas diarias en el Hotel Excélsior de San Antonio.

Trabajar tenía sus ventajas, mi casa se fue llenando de libros que iban llenando las estanterías, los cajones y sobre todo mi imaginación de sueños. Leer, fue un acto de rebeldía supremo, al principio leía las clásicas aventuras juveniles, pero también los clásicos de la literatura castellana, y con diecisiete años, aquellos libros que habían estado prohibidos durante la dictadura, (a la cual hacía responsable y hago de que muchos niños y jóvenes de entonces fuéramos expulsados del sistema educativo y condenados desde niños a trabajar) leía desde Máximo Gorki, Ernest Hemingway, hasta poesía de Machado, Lorca, Miguel Hernández, Neruda…

Los libros me salvaron entonces y fueron mi refugio, mi arma infalible para luchar contra mi timidez, para desear luchar, cambiar el mundo injusto, para desear y luchar porque todos los niños no tengan que renunciar a estudiar a formarse de acuerdo a sus capacidades.

Los libros son el arma más eficaz para luchar, por desgracia en estos tiempos de tanta tecnología idiotizante, se leen muy pocos libros, y el ultra liberalismo intenta de nuevo privar a los niños y jóvenes humildes de acceso a una educación de calidad.
Si a mi me salvaron los libros, ahora que comienzan a ser un vestigio extraño en muchos hogares... ¿qué artilugio salvará a los niños de hoy en día? 

© 2016 Paco Arenas


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